Abrió los ojos y sentenció el surrealismo de todo cuanto la rodeaba. Notó la brisa, cálida y gélida al mismo tiempo, acariciándole el rostro, como si del aliento del cielo se tratara. Le susurraba las palabras más bonitas que jamás había oído, unas palabras en silencio, articuladas por el desespero y la soledad. No sabía qué haría, ni qúé estaba haciendo, pero sí sabía lo que había hecho, aún habiéndolo hecho sin saber lo que hacía. Era su mayor problema: siempre era consciente del pasado, pero nunca del presente. Y el futuro... nunca se sabe, únicamente se imagina, se desea, se sueña. Se fijó, sin fijar la vista en nada en particular, como si barriera la escena, en todo lo que había allí. Interiormente, tomó una foto de aquél momento, un momento que recordaría siempre. No sólo había muerto su mejor amiga; ella también. Una muerte con el más doloroso de los dolores, el vacío. Miró el cielo, sin nubes, con el brillo de la Luna creciente iluminándole el rostro, y un pájaro que, silenciosamente, movía sus alas al compás de una melodía lenta y fúnebre. El césped también seguía la tétrica danza, quizás por la brisa parlanchina que le cantaba una canción, quizás por la commoción al encontrarse teñida, la más cercana a ella, de un cálido y estremecedor rojo. Era un rojo vivo, pero no por su tonalidad, sino porque llevaba consigo la vida de la amiga que ella tanto había apreciado. Pasado. Era de las pocas veces que había sido consciente del presente. Por aquél entonces, se daba cuenta de que todo había acabado. Encima del rojo césped, a su lado, yacía el cuerpo de su amiga, con los ojos abiertos, el pelo revuelto y los labios duros y fríos como el mármol. Sus pómulos ya no contenían el vivo sonrojo permanente que la caracterizaba. Eran blancos, de un blanco que helaba. Siempre le había dicho que jamás se separaría de su lado, y allí estaba, a su lado, totalmente inmóvil. Qué ironia. Su mano permanecía en equilibrio, resignada, encima de la de ella, pero con ganas de caer a peso muerto.
Y allí se quedó ella, pasando las horas, mirando el cuchillo que había proporcionado dos muertes al precio de una. Un cuchillo que, pensó ella, quizás contenía algún pedacito minúsculo del corazón de su amiga. Pero los pedacitos no eran nada. Ella, su ahora muerta amiga, le había arrancado el corazón entero de cuajo, y había muerto con él en sus frías manos.
19 d’abr. 2009
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A veces la muerte en vida puede ser incluso peor que una muerte física.
ResponEliminaVer morir a una amiga, es espantoso.
Matarla, es el castigo más infame y despiadado que te puedan imponer.
Quitarle la vida con propias manos, es una declaración de propiedad privada, de valor y de sangre fría.
El sufrimiento, es una mezcla de tanto sentimiento y una salida a lo más difícil de acceder.