Se cruzó al demonio. Ojos en llamas, sonrisa de fuego. Ella buscó algun punto del suelo en el que fijarse para no quemarse, pero aun así sintió el calor de la llama en su corazón. Pero el demonio le sonrió.
Días después se lo volvió a cruzar, y decidió no esconderse; quería mirar aquellos ojitos aparentemente inocentes. Pero el fuego en su mirada le dolió. Era una mirada de indiferencia y superioridad. Se sintió como un gatito encerrado y, sin saber qué hacer, siguió andando, sintiendo el calor, letal para su corazón, que había dejado él a su paso en el aire y en el suelo. Era como pisar una hoguera, o como nadar en ella. Corazón en cenizas.
19 d’abr. 2009
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