Aún era negra noche. Se despertó sumida en el susurro de la inquietud en su cabeza. La fina sábana que la cubría hasta medio torso, blanca, de algodón, parecía esconderle la libertad. Se deshizo de ella y, con los pantalones negros y la suave camiseta violeta de tirantes, dejó que el frío del suelo se fundiera con el calor de sus pies. Se estremeció. No por esa sensación, sino por otra. Le pareció entrever un ojo espiándola por la pequeña franja que dejaba siempre en la puerta. Pero, a pesar de ser un ojo humano, era raro, no lo parecía: tenía las pupilas como las de un gato, y los ojos de un color azul grisáceo, con la parte más interior amarilla.
Sólo pudo verlo un par de segundos, y en esa porción de tiempo leyó sorpresa, miedo, susto y odio en aquella mirada espía. Luego, se desvaneció. Instintivamente, abrió la puerta, para buscar lo que fuera que la escrutaba. En el momento que su mano sudorosa tocaba el frío y seco pomo de la puerta, ésta se cerró. Las voces de inquietud en su interior aumentaron, y entonces notó el roce de algo peludo en sus piernas. Era un gato negro, que maullaba y le acariciaba con sus roces la pierna. Dio la vuelta a su pierna, y fue en dirección a la pared lateral a la puerta. Pensó que el gato cambiaría su dirección o chocaría, pero se desvaneció por un momento, hasta que apareció otra vez su pata trasera. Ella fue hacia allí, y notó su cálido cuerpo en contacto con algo frío, parecido a agua, por un instante. Entonces no fue agua, sino aire, porque se encontró en el cielo, volando, sin explicarse cómo. A su lado había un cuervo volando, de ojos azul grisáceo y amarillos por el centro. Supo enseguida que volaban hacia la libertad.
19 d’abr. 2009
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