Era un verano caluroso. El agua del mar rozaba su piel, tostada por el sol. Las personas a su alrededor se bañaban, jugaban en la arena o se relajaban tumbadas en la toalla. Era una imagen fresca, alegre, pero había un detalle que a todos se les pasaba por alto: ella. Permanecía inmóvil, con los rasgos faciales congelados en un gesto de desesperación, observando todo a su alrededor. El paisaje parecía precioso y vivo, pero el reflejo de sus ojos desvelaba los secretos de la naturaleza, aquello que la otra gente no admite ni quiere ver; todo era suciedad, el agua del mar estaba llena de productos que la gente tiraba. Había peces muertos, que no habían podido sobrevivir al estado del agua. Aquello parecía un vertedero, pero no era más que realidad.
Lejos de allí, una chica caminaba por un bosque denso y verde. Los pájaros sobrevolaban los árboles, y todo estaba lleno de vida. Sin embargo, la chica parecía preocupada; su piel había emblanquecido y, una vez más, en sus ojos se reflejaba la realidad. No había ni árboles ni pájaros, sólo un aroma de pasotismo y los troncos que demostraban que anteriormente sí había habido árboles. Era un ambiente inerte y oscuro. La chica miró hacia arriba y respiró hondo. ¿Qué era ese olor? Olores químicos mezclados con humo. En el lugar donde anteriormente había vegetación y animales, ahora había fábricas y todo estaba urbanizado. El aire estaba cargado, se veía como una nube de humo.
Ella no podía creer que las personas, incluyendo a las que más quería, estuvieran destrozando lo que tendría que ser el hogar de su familia, de sus hijos, de sus nietos… La gente se sirve de un antifaz para no reconocer que intentan justificar lo injustificable. De repente, hubo una ráfaga de viento, un viento frío, y se desplomó al suelo, al mismo tiempo que la envolvía una oscuridad siniestra. Su respiración se iba apagando poco a poco, y sus recuerdos se iban para no volver jamás. Era tanto, el daño en su interior, que ya ni lo sentía. En un último suspiro se lamentó de no poder morir junto al paisaje que la rodeó en su niñez, un paisaje que ahora solo existía en sueños. Todo había acabado. En la mano sostenía un papel: “Tan rápido como una ráfaga de viento viene y se lo lleva todo, puede desaparecer nuestro hogar.”
15 d’abr. 2009
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