La noche se había comido toda la luz del día, dejando sólo las luces nocturnas de los locales y las casas. No había ni una nube en el cielo, y la luna estaba completamente llena, acompañando al solitario cielo. La gente, en sus hogares, se preocupaba por cualquier tontería menos por ella. Nadie se daba cuenta de la belleza de la noche, al menos casi nadie.
Había una terraza, con un montón de plantas, una mesa y cuatro sillas, una de las cuales estaba ocupada por un gato negro de mirada avispada, y otra por una chica. Su cara redondeada quedaba medio oculta por una melena ondulada rubio oscuro. Su nariz, chata, se movia de vez en cuando, como queja manifiesta del picor que le producía el contacto con el cabello. Sus ojos parecían concentrados, como si estuviera buscando algo. Eran oscuros, pero de color claro. Derrochaban sentimiento: la felicidad se dejaba ver entre la tristeza, que ya había hechado raíces. Entonces se fijó en todo cuanto la rodeaba: desde las hojas de las plantas semidesnudas, esparcidas por el suelo, pasando por las dos macetas de la mesa, el boli negro al que tanto quería y unas gafas lilas con un cristal roto por una esquina y la montura rayada, hasta su amado gato negro. Le había puesto un cascabel en el cuello, en honor a su nombre, aunque familiarmente lo llamaban Abel. Él la miró como siempre, con su característica mirada de superioridad y elegancia, pero con un trazo de amor, que, a pesar de ser solo un trazo, era lo más sincero. De repente, pero, el gato se volvió y miró hacia el cielo, aparentemente sin alterarse. Ella lo imitó. La luna estaba allí, como siempre, observándola des del lugar al que ella siempre había querido ir, y iluminando la terraza sin necesidad alguna de bombillas.
Entonces ella se dio cuenta de que lo más bonito que se puede tener es como la luna: aunque no se pueda tocar, siempre está allí.
19 d’abr. 2009
Subscriure's a:
Comentaris del missatge (Atom)
les descripcions, el gat, la lluna, la frase final...
ResponEliminasenzillament, preciós :)